Hijos de las sombras

viernes, 20 de febrero de 2015

Golondrina

Me siento fascinado por la ligereza que ha alcanzado mi espíritu en el plazo de 24 horas. Por fin he soltado lastre y me he reconciliado con la parte más hermosa de mi pasado. 
Ahora sí, con algunas deudas saldadas con el universo, las cosas adquieren un nuevo cariz, un nuevo tono, algo así como una metáfora ingeniosa que habla del cambio Y de una nueva estación.

Me río bastante y algunas veces siento que las lagrimas quieren aflorar a la superficie, algunas las contengo, otras sé que no debo.
 Mi mente es un avispero en estos momentos y entre mil pensamientos también acierto a  preguntarme si no tendrá que ver algo el año de la cabra en este increíble final de ciclo. 

Parece que han pasado siglos desde que decidí cubrirme con la capa de la depravación y utilizar mi dolor como excusa para esta especie de autodestrucción semi-controlada que me ha traído por estos caminos tan extraños. 
He estado viviendo en la piel de una especie de homeless espiritual, durmiendo debajo de los puentes de la culpabilidad y alimentándome en los vertederos de una mente enferma.  Pero ahora, que al fin pude despojarme de la cobardía y me atreví a enfrentar la mirada con el autorretrato apolillado que guardaba en mi desván, solo siento una profunda calma y el confort placido de mi nuevo rol. Vivo un nuevo principio sin las cadenas más pesadas de mi pasado más culpable.

Y todo porque durante un breve instante se han abierto para mí las puertas del corazón de golondrina, y sin saber que pasaría, acobardado ante el umbral asomé la mirada y vi la fuerza de su llama brillante y la plenitud de su mirada llena de felicidad y sin atisbos de rencor en las paredes de su morada más pura, y así fue, como  ante esta visión de su destino su llama ha prendido en mí de tal forma y con una impresión tan profunda  en mí, que después de esto sé que ya no volveré a ser el mismo. Había pasado tanto tiempo, tantas fantasías corruptas, tantos pensamientos falseados que casi no puedo creer que aquello que viví como una enorme condena auto impuesta en un solo parpadeo esta haya mutado en una felicidad proporcional, si no más, al dolor en que me sumergí.

Pero sí. Fui con el corazón en la mano. ¡Como tú me dijiste, lagartija! Y vi como ella me perdonaba  por algo que finalmente se reveló como algo que solamente vivía en mi interior, un cruel parásito que se había instalado en mi alma como un tumor desgarrador que parecía entumecerme  y devorarme  al mismo tiempo. Y es que Saturno vivía dentro de mí. 

Es ahora, con la luz que da el entendimiento, cuando me doy cuenta de que no he aprendido nada nuevo, ya que de alguna forma casi todo lo vivido fue un enorme rodeo para evitar llegar a un lugar en calma, y poder vivir en la guerra perpetua con mi entorno y consumir absurdamente mis energías en cualquier mentira que me permitiese proyectar en  otros actores el odio y desprecio que sentía hacía mí mismo. 

Instalado en mi limbo personal de odio y virtud a partes desproporcionadas, elegí construir una cámara de los horrores para colgar de sus paredes de hormigón los lienzos de calumnias que mi alma infectada proyectaba en telas inmundas. El Kaos. La Velocidad, El Speed y demasiadas revoluciones por minuto. Muchos pensamientos corruptos y continuadas orgías de psicodelia quebraron mi el alma y alquilé el cuerpo zombie salido del casting de una resaca pálida de un maxi colocón de anfetas y noches blancas. 

Y ahora, que por fin he despertado de esta parte de mi pesadilla, y mi apetito perverso se ha saciado, me siento feliz de la luz que entra por las ventanas y también libre para descorrer los velos y poder ver como el mundo no ha sucumbido al Armagedón. 

Todo esto me llena de esperanza y el sentimiento de culpabilidad ha dejado paso a uno nuevo de reluciente agradecimiento y mientras observo a las golondrinas grito en silencio. 

Gracias por haber cumplido mi sueño para ti de ser feliz.  

jueves, 22 de enero de 2015

La caída

La caída fue dura y dolorosa. Al menos no me he roto nada, me sugería interiormente aún tendido sobre una capa invisible de hielo. El baile ridículo previo a la caída mientras trataba de mantener el equilibrio y creer, neciamente, por  momento que podría evitar la trágica situación casi fue lo más doloroso de la caída. Esa decepción con uno mismo y esa exhibición de torpeza tan mundana suele dejar huellas más profundas que un dolor lacerante en un codo herido y el pecho bien macerado contra un bordillo inoportuno. Más allá de lo físico este es un golpe demasiado cercano a la línea de flotación y es fácil que las defensas se resientan por ello. Me pregunto qué significado encriptado puede ocultar esta, tan solo en apariencia, inofensiva caída. ¿Qué está tramando el Karma y qué me tiene reservado, de qué me previene? ¿Es una advertencia? Qué frustrante el no saber. No recuerdo haber hecho muchas canalladas últimamente y procuro ir siempre por lo legal. Es cierto que en algunas ocasiones he tenido que ponerme rudo, pero así es este negocio, y tampoco fue para nada demasiado excesivo. Mi vida personal ha estabilizado el pulso y me siento más o menos tranquilo. Ahora sí creo estar haciendo las cosas bien. Aún así ha sido imposible una reconciliación total entre mis dos versiones y de alguna forma, en una reunión a tres bandas hemos alcanzado una especie de consenso. Y digo tres porque ahora me siento como un hombre nuevo…  ¿Entonces por qué? ¿No es suficiente? El camino del Zen es misterioso. En fin. 


 Un camino extraño en cualquier caso, sea lo que sea lo que me impulsa a vagar por él. Todo bien diferenciado y divido en un perfecto equilibrio como el ciclo de noches y días. Las mañanas son ese mar en calma que no anuncia tormenta, café tempranero y repaso a la prensa antes de encerrarse durante unas horas en el gimnasio del pueblo. Hacer pesas, carrera continua y el tour imaginario en bicicleta estática, sudar las frustraciones en chorros salados y quemar las malas vibraciones con las pulsaciones al límite, para finalmente alcanzar un semi-clímax en una sauna reparadora a solas con unos pensamientos adulterados por la explosión de endorfinas.

 Bien, así son las mañanas fantásticas de la uno, esas en las que el  móvil permanece apagado y estoy lejos de los dientes cariados y los ojos enormes siempre suplicando y perdiendo la dignidad. Mala suerte.  La vida es un tren de mercancías que no se detiene ante nada y si optas por quedarte quieto en mitad de la vía terminará por arrollarte. Y ahí se acaba la mañana, con el tren silbando y la mitad pacifica de mi nueva vida dejando paso al camel a pecho descubierto y a la versión b de Jota. 

Enciendo el móvil y atiendo el aluvión de whatshaps que se avecinan. Toca enfundarse el uniforme de trabajo y empezar a mover dinero para llegar a fin de mes. Son tiempos difíciles y en el pueblo se respira el ambiente de una niebla depresiva, una pandemia de frugalidad y gasto contenido en el que los billetes brillan por su ausencia. Algo evidente a los ojos de cualquier neófito que mire en el interior de los bares vacíos, las tiendas desiertas o simplemente a lo largo de las calles lánguidas. Pero no todo se ve a simple vista, este pueblo también tiene una versión b y un lado oscuro oculto a las miradas indiscretas de la luz del día, se situa en los márgenes de la fiesta y en las horas más fugaces de la noche. Son las horas de la cocaína y el desfase hasta donde el cuerpo aguante. Aquí si hay dinero. Billetes gordos y lustrosos pagando casi con veneración al precio exigido por el pujante oro blanco. La tierra de los pillos y donde mi versión faustica se mueve como pez en el agua y haciendo encajes de bolillos con el karma para recatar mi alma de tan pérfido pacto. Y mientras cuento los billetes me pregunto: ¿Qué será será? Se verá.