Me siento fascinado por la ligereza que ha alcanzado mi espíritu
en el plazo de 24 horas. Por fin he soltado lastre y me he reconciliado con la
parte más hermosa de mi pasado.
Ahora sí, con algunas deudas saldadas con el
universo, las cosas adquieren un nuevo cariz, un nuevo tono, algo así como una metáfora
ingeniosa que habla del cambio Y de una nueva estación.
Me río bastante y algunas veces siento que las lagrimas
quieren aflorar a la superficie, algunas las contengo, otras sé que no debo.
Mi mente
es un avispero en estos momentos y entre mil pensamientos también acierto
a preguntarme si no tendrá que ver algo el
año de la cabra en este increíble final de ciclo.
Parece que han pasado siglos
desde que decidí cubrirme con la capa de la depravación y utilizar mi dolor
como excusa para esta especie de autodestrucción semi-controlada que me ha
traído por estos caminos tan extraños.
He estado viviendo en la piel de una
especie de homeless espiritual, durmiendo debajo de los puentes de la
culpabilidad y alimentándome en los vertederos de una mente enferma. Pero ahora, que al fin pude despojarme de la
cobardía y me atreví a enfrentar la mirada con el autorretrato apolillado que
guardaba en mi desván, solo siento una profunda calma y el confort placido de mi
nuevo rol. Vivo un nuevo principio sin las cadenas más pesadas de mi pasado más
culpable.
Y todo porque durante un breve instante se han abierto para
mí las puertas del corazón de golondrina, y sin saber que pasaría, acobardado
ante el umbral asomé la mirada y vi la fuerza de su llama brillante y la
plenitud de su mirada llena de felicidad y sin atisbos de rencor en las paredes
de su morada más pura, y así fue, como ante esta visión de su destino su llama ha prendido
en mí de tal forma y con una impresión tan profunda en mí, que después de esto sé que ya no
volveré a ser el mismo. Había pasado tanto tiempo, tantas fantasías corruptas,
tantos pensamientos falseados que casi no puedo creer que aquello que viví como
una enorme condena auto impuesta en un solo parpadeo esta haya mutado en una
felicidad proporcional, si no más, al dolor en que me sumergí.
Pero sí. Fui con el corazón en la mano. ¡Como tú me dijiste,
lagartija! Y vi como ella me perdonaba por algo que finalmente se reveló como algo
que solamente vivía en mi interior, un cruel parásito que se había instalado en
mi alma como un tumor desgarrador que parecía entumecerme y devorarme al mismo tiempo. Y es que Saturno
vivía dentro de mí.
Es ahora, con la luz que da el entendimiento, cuando me doy
cuenta de que no he aprendido nada nuevo, ya que de alguna forma casi todo lo vivido fue un enorme rodeo para evitar llegar a un lugar en calma, y poder vivir en la guerra perpetua con mi entorno y consumir
absurdamente mis energías en cualquier mentira que me permitiese proyectar en otros actores el odio y
desprecio que sentía hacía mí mismo.
Instalado en mi limbo personal de
odio y virtud a partes desproporcionadas, elegí construir una cámara de los
horrores para colgar de sus paredes de hormigón los lienzos de calumnias que mi
alma infectada proyectaba en telas inmundas. El Kaos. La Velocidad, El Speed y
demasiadas revoluciones por minuto. Muchos pensamientos corruptos y continuadas
orgías de psicodelia quebraron mi el alma y alquilé el cuerpo zombie salido del casting de una resaca
pálida de un maxi colocón de anfetas y noches blancas.
Y ahora, que por fin he
despertado de esta parte de mi pesadilla, y mi apetito perverso se ha saciado, me siento feliz de la luz que entra
por las ventanas y también libre para descorrer los velos y poder ver como el mundo no ha
sucumbido al Armagedón.
Todo esto me llena de esperanza y el sentimiento de culpabilidad ha dejado paso a uno nuevo de reluciente agradecimiento y mientras observo a las golondrinas grito en silencio.
Gracias por haber cumplido mi sueño para ti de ser feliz.