Hijos de las sombras

miércoles, 19 de mayo de 2010


FOTOGRAFÍAS


Cuando Sandro abrió los ojos todo era confusión y asombro. Era la suya, una confusión vehemente y de tan firmes convicciones, que aquello que no era más que un simple tumulto, de inofensivos viejos muebles bien conservados, aparecía a la vista de sus ojos, aún somnolientos, en la forma de una espesa bruma con la inquietante capacidad de arrebatar a los objetos de sus antiguos contornos, para ir a transformarlos en aterradores monstruos de patas combadas y vientres lisos de ébano, que conspiraban contra él desde la soledad de sus pedestales de sombra.

La pared en la que se apoyaban estos monstruos de origen incierto, no era menos inquietante. Terriblemente combada hacia donde el reposaba, cargaba la habitación de una atmosfera desconocida y terrible que se matizaba en la humedad, claramente palpable, que un anticuado papel amarillento floreado de crisantemos, filtraba en la forma redondeada de las coronas funerarias.

Apartó la vista bruscamente hacia la pared opuesta, en una forma no tanto de rechazo, para negar esta horrible visión, como de esperanza en la búsqueda de una pequeña luz de cordura, que le sirviese de guía a ese mundo real del que había sido secuestrado durante la larga noche. Lo que allí encontró, ya más despejado, si bien no le sirvió para abandonar este mundo desconocido, sí consiguió al menos darle un punto de apoyo real que devolvía a los monstruos a su estado original e inanimado. Por la pared, deslizándose como gruesos goterones de cera derretida, se descolgaban cientos de fotografías ancladas en un pasado en blanco y negro. Sandro observó durante largo rato aquellas escenas detenidas en el tiempo, tratando de descifrar quiénes eran aquellos dos personajes misteriosos que sonreían quedamente, alegres y despreocupados en actitudes aparentemente cotidianas, y cargadas de ternura.
Incapaz de hallar una respuesta a este misterio, las preguntas se agolpaban en su mente solitarias e imprecisas: ¿Qué clase de locura…? ¿Dónde estaba? ¿Qué lugar era ese y, cómo había llegado hasta allí? ¿A quién pertenecían aquellos rostros desconocidos? ¿Por qué no podía recordar nada? Y sobre todo ¿Quién era él mismo? Preguntas vitales y sin respuesta, que de repente, cuando giró los ojos nuevamente, esta vez hacia el lateral de la cama que ocupaba, dejaron de tener importancia asfixiadas por un nuevo misterio más sorprendente, si cabe, aún que los anteriores.

A su lado, una mujer, ya anciana, de una belleza sosegada que el paso del tiempo no había conseguido aplacar, dormía plácidamente con una expresión de resignada tranquilidad. Con esta visión dulce durmiendo a su lado, el miedo inicial experimentado por Sandro al despertar, fue sustituido por un sentimiento de fascinación y sorpresa, que le incitaba a querer saber más de aquella beldad durmiente, de la que no podía, ni tampoco quería, apartar la mirada.

Permaneció observando, preguntándose, sobre aquel rostro dormido. Y al poco rato de intensa observación, un nuevo rostro alegre y juvenil, se materializó proyectándose por encima del tapizado de arrugas y manchas propias de la edad que cubría aquella mujer, formando un nuevo rostro de una belleza tan implacable, que ninguna palabra haría justicia aquellos rasgos perfectamente definidos.

Ahora sí comprendía. La mujer que yacía a su lado en la quietud del sueño, era la misma que posaba con idéntico sosiego en las fotografías de la pared, rodeada por un halo de felicidad, que también envolvía al hombre que posaba junto a ella. Pero… ¿Ese hombre? Acaso… La certeza acudió presta a la mente de Sandro, que izó la mano pesadamente a la altura de sus ojos. Y al mismo tiempo que en sus retinas desgastadas se dibujaba la imagen de una mano anciana y perecedera, engarzada en un modesto anillo de compromiso, las lágrimas rodaron por los surcos de sus propias mejillas. Lágrimas dulces, de sabor a nube, a verano de caricias, a confidencias compartidas y a noches desveladas al son del plenilunio de toda una vida compartida, que posaba inmortalizada en las fotografías de la pared. El misterio al fin había sido desvelado, la incógnita resuelta. Había sido rescatado por la imagen de su querida Celia, su amada Celia que dormía plácidamente a su lado como cada noche, 50 años ya, desde aquel lejano día de plenitud infinita en su paso por el altar.

Con esta revelación, Sandro, sabiéndose a salvo en los brazos de la mujer que amaba, se hundió de nuevo en la pesada inconsciencia y en el olvido de un sueño profundo, en el que los monstruos y las coronas de crisantemos, habían dejado paso a un nuevo mundo poblado por las fotografías de un amor inmortal e imperecedero.


Cuando Celia despertó, lo hizo sobresaltada, emocionada, creyendo haber oído el roce de una caricia en su mejilla, por encima del tictac machacón del despertador. A continuación, como hacía cada mañana, observó el rostro de su esposo Sandro y vio, ahuecada sobre el parpado cerrado, reposar una solitaria lágrima que retiró con infinita ternura, para ir a posar inmediata, un largo beso de felicidad en los labios de su esposo. En ese momento era inmensamente feliz, y lo era porque a pesar de lo que dijesen los médicos, de sus caras pruebas, sus sesudos estudios millonarios y los diagnósticos sin esperanza de recuperación, sabía que su esposo, el amor de su vida, no la había olvidado ni dejado de amar nunca, ni siquiera en ese lejano país en el que ahora habitaba, llamado Alzheimer.

7 comentarios:

  1. el AMOR lo mueve TODO ...y por amor, hay quien puede cambiar el SENTIDO en el que gira y se traslada el MUNDO.

    ResponderEliminar
  2. Muy bueno tu relato.Tiene un regalo en mi otro blog...besos.

    ResponderEliminar
  3. Lo dicho hermano. Llegas, tocas, estrujas. Inundador nato. Escalofriador como ninguno. Triste es la enfermedad de la desmemoria. Y jodida. Pero peor siempre fue, es y será no tener nada de qué acordarse.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  4. Pues eso... que te echaba de menos :)

    ResponderEliminar
  5. Me parece una preciosidad lo que escribes.

    Yo escribo ahora desde el pozo. Y se agradecen los virtuales gestos de apoyo.

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  6. Estoy llorando como una gilipollas... Ya te vale...

    Juraría que te había dejado un coment en otra entrada... Quizá sólo tuve la intención..
    Bueno, que sepas que me "alegro"... de leerte (esos gustos agridulces, amargos)
    y que te linkeo, con tu permiso, o sin él..

    ResponderEliminar

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.